El ciruja filósofo




Me levanté del banco acomodándome el piolín del pantalón, y pasándome los dedos por el pelo enmarañado. Sentía el piso por los agujeros de las zapatillas y una piedra se me clavó en el talón; me agaché y saqué la mugre que se me había acumulado en la planta de los pies. Anduve buscando algo para desayunar, y di una vuelta por la estación de trenes, donde tenía mi asentamiento, ahí tenía mi “petit hotel”.
Noté algo que me caminaba por el pelo y me detuve unos instantes a rascarme .Revolví un poco esa mata sucia y dura , escarbé hasta que por fin di con el piojo que me caminaba. Lo tenía en la uña, lo aplasté entre los dos pulgares hasta que sentí el ruidito cuando explotó y me dije a mi mismo “okay maldito bastardo , no me molestarás más”, aunque sabía que tenía docenas de ellos caminando por mi cabeza y abasteciéndose de mi sangre.
Miré mis uñas largas con una línea negra debajo, las manos percudidas y me fui a sentar al costado del andén. Vi una bolsa negra a unos metros, donde siempre buscaba algo para comer. Adentro en la cafetería tienen muy buena comida. De ahí rescato unos pebetes y restos de fiambre o medialunas por la mitad. A veces algunas facturas se llenan de hormigas, pero no les doy importancia ; las selecciono prolijamente y les sacudo la tierra o los restos de yerba..
Esta mañana junté un buen botín, y me fui atrás de los baños donde me pude sentar a comer tranquilo en el piso, lejos de las miradas de la gente.
Vi el tren que llegaba, bajando la velocidad y al entrar en la curva se sentía el rechinar de los frenos. Comí lentamente, mientras dibujaba círculos en la tierra donde estaba sentado. Más allá vi una bolsa con basura y pensé que podría haber algo que me sirviera.
Un día encontré un mate, unas servilletas desflecadas, un zapato solo y dos medias sin pareja o sea… una a rayas y la otra negra. No importa, el hecho de encontrar bolsas me gusta. Es como recibir una sorpresa y es casi un ritual. Por ejemplo voy deambulando y cuando las veo (me encantan de todo tipo y tamaño) me abalanzo sobre ellas y como en un festín me pongo a abrir y revolver todo lo que hay adentro.
Una vez encontré autitos rotos, un fulbo desinflado, piezas de mecano, unos pañales usados y varios soquetes, pero me llamó la atención un tubo con vidrios adentro que estaba muy bueno. Lo miré, quise ver el cielo, por dentro giraban y giraban formas y colores espectaculares y pensé “claro boludo es un calidoscopio” es ahí (al tiempo que me rascaba la nalga por el agujero del pantalón) que atando cabos, llegué a la conclusión de que me gustaba abrir bolsas porque jamás recibí un regalo y decidí llamarme “el ciruja filósofo”.
Fue como un descubrimiento casi científico. Con esa actitud, seguí caminando por las vías, convencido de que tenia que contarle a mis compinches mi nuevo status. Y allí me dirigí.
Estaban haciendo fuego dentro de un tambor de aceite, y otro soplando una caña como si fuera una flauta improvisada. Llegué feliz, les mostré mi nueva adquisición y nos pusimos a tomar mate y a fumar unos pedazos de papel de diario que había por ahí.
A uno le dolía el oído, entonces me paré enfrente y poniendo cara de médico pensativo le dije: ¿sabés que? Tenés que hacer un cucurucho de papel, meter el lado finito en el oído, doblar el cuello y prenderlo fuego del otro extremo. Empezamos con la tarea de curación al mejor estilo clínico. Uno le sostenía el cucurucho; yo agarré una maderita encendida y corrí hasta prender el extremo de arriba. Empezó a agarrar fuego el papel, que con el viento se prendió a una velocidad extrema, llegando a chamuscarle el pelo y entre corridas y gritos, metió la cabeza debajo de la canilla.
Desde ese día pensé que la medicina no era mi fuerte. Necesitaba tener una orientación científica en mi vida (o hacer algo importante). Entonces me senté con mi calidoscopio a mirar.
A lo lejos se escucharon unos truenos, el cielo ya se estaba poniendo de un gris acerado, y decidí que debía volver a “mis aposentos”, caminé por detrás de los galpones del ferrocarril hasta llegar al vagón.
Mi cama estaba compuesta por un colchón de espuma de poliuretano (esto lo aprendí de una etiqueta que tenía) pero se ve que el anterior dueño tenía algún mastín o algo parecido porque le faltaban varios pedazos. Me tapaba con una especie de sábana y arriba un acolchado, al que muy cada tanto sacaba afuera y lo azotaba a palazos para que le salga la tierra (o el barro cuando llovía) ya que mi costumbre es de dormir con las zapatillas puestas.
Tenía un televisor viejo, que me encontré en una de mis expediciones. Haciendo pruebas de antena, desde una budinera, hasta agujas de tejer, no logré hacerlo andar, es así como terminé usándolo solamente para poner cosas arriba. A veces la pila era tan grande que llegaba hasta el techo. También tenía una family que no andaba, y puteaba para mis adentros. “tengo televisor, tengo family y nada anda”.
Afuera de mi casa improvisada había pilas de gomas de auto, chapas oxidadas, docenas de bidones de plástico atados, latas apiladas hasta superar mi altura. Un triciclo sin ruedas, cuadros de bicicletas. Yo lo bauticé “El triángulo de las Bermudas”, porque todo lo que fuera a parar ahí o cayera dentro del amontonamiento, era imposible de volver a encontrar.
A mis perros y gatos los dejaba dormir conmigo. Ellos estaban cono “bacanes”, siempre que encontraba comida en las bolsas, les guardaba su parte a ellos.¿Dónde iban a estar mejor?
Me acosté con el sonido de la lluvia en las chapas, y me quedé jugando con el calidoscopio, mientras los perros peleaban al costado de la cama. Me desperté al día siguiente, cuando me caía un hilo de baba, secándome la cara con la manga del buzo en un movimiento reflejo.
Mi idea brillante del día fue esta: armar paquetitos prolijamente (con caca de perro adentro), y dejarlos como si alguien los hubiera perdido., en un lugar estratégico y a la vista en la estación. Me pasé un largo rato armando mi “regalito” para llevarlo al andén en el horario de llegada de los trenes.
Dejé disimuladamente uno cerca del hall principal, donde pasara bastante gente, y me senté a esperar en un banco pegado a la boletería. Algunas personas caminaban despacio mirando y dándose vuelta , sin decidirse a levantar algo del piso, hasta que el próximo , no soportó la tentación, y girando la cabeza para todos lados, se agachó como un flechazo lo levantó y siguió con la alegría oculta de encontrarse algo lindo en el piso.
Me reí pensando en la sorpresa que se llevaría al abrir su regalo. Dejé pasar unos momentos, me levanté como si nada y me fui.
Salí en busca de bolsas. Cada tanto encuentro ropa buena pero no es mi target , no me encontraría cómodo jamás en camisa por ejemplo. O con zapatillas completas o en buen estado. Mi vida es así; fuera del circuito fashion. Entonces es cuando les llevo esas cosas a mis amigos, y les dejo a ellos todo.
Una vez encontré aerosoles, como la noche estaba linda, y me aburría demasiado, prendí fuego en el tacho que usaba de parrilla y tiré los envases vacíos, mientras miraba sentado en mi reposera el espectáculo de fuegos artificiales improvisado. También rescaté una vez un cepillo de baño, esos de mango largo, lo llevé a casa, pero como casi nunca me ducho, lo usé siempre para rascarme. Una sensación sublime cuando pica la espalda.
Estaba mirándome al espejo y me di cuenta que el pelo ya estaba impenetrable. Largo e informe, y en un rapto pensé en la gran idea de convertirme en estilista. Tendría que buscar cabezas “víctimas” para mis pruebas., entonces salí a buscar a mis amigos a unas cuadras, donde siempre se juntaban a tomar mate. Llegué pletórico con mi nueva idea brillante, y les propuse hacer unos cortes. Uno me sacó de los fundillos y me dijo que pruebe con otro, que si quedaba bueno seguía con él.
Buscamos una tijera desafilada, e hice sentar a uno arriba de un tacho. Se sacó la remera y “en cueros” mirando para abajo quieto e inmóvil, empecé a los tijeretazos. Mechones tupidos al mejor estilo vellón de oveja caían a los costados. Tomaba distancia y miraba a ver si estaba parejo, pero lamentablemente nunca se emparejaba, cortaba a un lado; cortaba al otro hasta que terminé mi obra de arte.
Miraban los demás azorados y yo feliz de la vida. Pero no funcionó. Cuando se levanta y se mira en un pedazo de espejo que tenían de toilete tuve que correr a la mayor velocidad que dieran mis piernas. Doblé una esquina y detrás de un paredón me senté exhausto. Y pensé “carajo , tampoco estilista”.
Le costó un tiempo que le vuelva a crecer, pero por las dudas por unos días no volví a aparecer por ahí.
También traté de ser inventor. Miraba la cantidad de cosas apiladas a la salida de la puerta y me decía a mi mismo que debía hacer algo con ellas. A lo mejor pasaba a la inmortalidad con algo que rompiera el mercado. Me senté con el mate en mi reposera mirando la infinidad de cosas inservibles que había delante.
Miré los envases de gaseosa y me dije que cortándoles más arriba del pico, los pintaba y podría hacer embudos psicodélicos. Pero desistí porque el embudo ya existía.
O percheros con los cuadros de bicicleta. Cajas de cartón para almacenar cáscaras de semillitas (ya que nunca se sabía que hacer con ellas). Tazas de ruedas de auto iban a ser ceniceros especiales para grandes fumadores.
Me levanté pensando que no estaba inspirado y recordé cuánto tiempo hacía que no me compraba un atado de cigarrillos.
Fui caminando hasta la estación y llegué a la parada de taxis, abriendo puertas, contaba las monedas hasta que me alcanzó justo para uno. Me fui al kiosco y como si estuviera en un “shopin” pagué los puchos y me fui a fumar al mejor estilo rey. Hasta hacía volutas de humo levantando el meñique.
Siempre quise vivir fuera del consumismo. Nada de trajes y corbatas nada de impuestos ni zapatos brillosos. Y dedicaba mi vida a vivir de acuerdo a ello. No quería relojes, nada de mirar la hora a cada rato. ¿Apuros y corridas por llegar a un trabajo? ¡Menos! Y me gustaba viajar. Cada tanto me colaba en el tren y escapando de los controles aparecía en otra ciudad. Bajaba pensando para mis adentros que era un turista., hasta que me cansaba de caminar y me volvía a subir a otro de vuelta a casa.
Mis amigos me regalaron unas revistas que encontraron. Sabían que era “el loco de la cultura”, y que me encantaba leer en el baño, es así como me metía entre las chapas y sentado en el tacho me empachaba del Patoruzito, Condorito, Las aventuras de Sandokán y el genio de Isidoro Cañones.
Claro, es un imposible que un bohemio no se nutra de la lectura.
Así pasan mis días pero lo que tuve siempre claro es la trascendencia, por eso siempre maquinaba para llegar a crear algo sublime pero sin dejar mi estilo de vida.
Quise ser músico. Todo empezó por encontrar una guitarra en el basural. Con gran emoción la llevé en los brazos, como si hubiera encontrado un lingote de oro.
Le faltaban cuerdas, tenía unas pequeñas rajaduras en la madera y para completar estaba llena de adhesivos pegados, uno era de la lengua de los Rolling. Y me dije: “a ensayar se ha dicho”
No sé que paso, el sonido era raro, traté de reparar algunas cuerdas que estaban y hacerles las otras que faltaban con tanza. Me llevó toda la tarde, hasta que al fin rasgué y rasgué tratando de componer una canción nueva que rompa con los Top Ten del mercado.
Los perros alrededor me miraban asustados, y empezaron a aullar .Agarré ofendido unas piedras del piso y empecé a tirarles al tiempo que gritaba “fuera desagradecidos”
Dejé la guitarra ese día bastante deprimido y me fui adentro a buscar mi calidoscopio.
Cada tanto paseaba por los barrios “burgueses”, trataba de mirar y de tomar el ejemplo de cómo no se debía vivir jamás. Los autos costosos en las veredas mientras los dueños mirando a contraluz, les pasaban la franela al menor indicio de polvo. Eso me llevaba a la extrema bronca. O por ejemplo salían las personas relucientes sacudiéndose la mínima pelusita y fijándose casi con obsesión si hubiera alguna arruga en las prendas. Viendo esto casi vomito al costado de un árbol.
Una vez caminando por ahí me encontré una bolsa inmensa. Paré y me la llevé tratando de adivinar por el tacto lo que había dentro. Por lo mullida deduje que era ropa.
Traté de caminar más rápido para llegar. Siempre pensaba en encontrar cosas dentro de los bolsillos. No me parecía tan interesante encontrar plata, me parecía mas lindo por ejemplo encontrarme con algún pasaje, o alguna entrada a un concierto, había quedado con ganas de ver una orquesta filarmónica y no pude ir.
Llegué y tiré la bolsa sobre mi cama. La abrí como siempre, con esa avidez de la sorpresa y encuentro un largo tapado de hombre, con cuello de piel. Me hizo acordar a los que usaba Pellegrini en las fotos. Me lo puse y con un palo de escoba en la mano, me miré en un espejo grande (que alguna vez fue de un boliche), y me dije “ffaaahhh”
También recordé a Fredie Mercury en “Wi ar de champinons mai fren”
En realidad ese tapado no lo regalé. Me lo quedé para lucirlo solamente frente al espejo. Y usé el bolsillo para guardar ahí mi calidoscopio.
Después de un rato de mirarme desde varios ángulos lo puse arriba del televisor.
También lo podría usar de acolchado cuando hiciera frío.
Me puse a pensar tirado mirando el techo. Quería inmortalizarme de alguna manera.
Hasta pensé vender los derechos de mi vida para que hicieran una película.
Entonces fue cuando se me encendió la lamparita
Agarré una pila de hojas, y me puse a escribir mi historia, día y noche, incansablemente tratando de no perder nada de mi mente y que me reflejara tal cual soy.
Escribí, escribí hasta que presenté en una editorial toda mi vida en papel.
Después de un mes me avisan que salió mi libro.
Hoy, sentado en mi computadora, mirando por el ventanal, mientras me sacaba una pelusa caprichosa de mi ropa, veo que un tarado me salpica el auto estacionado en la puerta.

2009

1 comentario:

Anónimo dijo...

Groso el tipo escuchaba Queen. Me hace acordar otro ciruja http://www.youtube.com/watch?v=qrg-w460-u4